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Cebichería iluminada, agua dulce, chorrilos. pedidos al...

Vipassana

Ver las cosas tal y como son

Tener las direcciones, no importa cuan explícitas, no significa haber hecho el camino. Para llegar, hay que caminar.

Publicado: 2013-12-20

Recuerdo que estaba en el hoyo. Mi enamorada me había dejado, mis amigos se comportaban de manera extraña, no tenía rumbo profesional y cuestionaba hasta mis más profundos ideales. La terapia la encontraba sin sentido ya que el dolor no era racional. Me decían que todo pasaría, que me agarrara durante la tormenta, pero los pensamientos negativos profundos eran fuertes y algo no conectaba conmigo. Me sentía separado de quién Yo sentía en lo profundo que era.

Confiándole a un amigo mi situación me contó de la meditación Vipassana. No quiso entrar en mayores detalles ya que no quería interferir con mi experiencia, pero me dijo que era ‘como si la mente fuese una cebolla y la vas pelando capa por capa’

La información que se encuentra en la página es suficiente. Lo único que piden los organizadores, que son antiguos meditadores, es darle una oportunidad sincera y completa a la técnica. Ni siquiera se pide dinero ya que se mantiene mediante aportes de antiguos meditadores. Esto sorprende tomando en consideración que mantienen a 120 personas durante 10 días en un local alquilado a las afueras de Lima.

Vipassana no es una fe ciega en la cual nos hablan de escrituras o lo que alguien hizo o dijo hace miles de años. Vipassana es aquí y ahora experimentando por ti mismo lo que se enseña y entrando en contacto con esas partes de tu ser abrumadas por el constante ataque al que nos vemos sometidos por los medios, las empresas y gobiernos alineados con el poder de turno. Paso a paso, sensibilizarte con lo más profundo que eres, entrando en contacto con aquellas partes que no hablan, pero se expresan de maneras sutiles.

Al comienzo no comprendí mucho, pero me gustó el silencio e intentar estar con la mente sin pensamientos. Estaba comprometido a seguir las instrucciones al pie de la letra. El primer día fue duro ya que es difícil no pensar y encontrar la postura correcta, pero luego vino la charla al final del día y su precisión con el proceso me llamó la atención. Al día siguiente encontré la postura correcta recordando unas imágenes que había visto talladas en piedra durante una visita a un templo budista hacía unos años. La probé, me gustó y quedó.

Habiendo ya pasado varios días y estando bastante tranquilo, una mañana me costaba descansar recostado en mi catre. Dormitando, sentí de pronto la presencia de ‘alguien’ más en mi cabeza. Era una sensación rara ya que no sentía que esa presencia fuera algo que tuviese que ver conmigo, sino del exterior. Comenzó una visión de estar en un cuarto oscuro y en una esquina 8 ojos que me miraban. Era una tarántula y su reconocimiento me dio temor. Me encogí y esta se volvió gigante, aterradora, aunque no se mostraba particularmente agresiva. Veía sus colmillos enormes y sus patas delanteras peludas. Pensé que no podía andar por la vida con una araña metida en mi cabeza por lo que la encaré y le pregunté qué necesitaba, cómo la podía ayudar. Al acercarme levantó las patas delanteras y mostró los colmillos agresiva, pero mi decisión estaba tomada y recordaba las palabras de mi terapeuta que me pedía no dejar nunca que nadie pase por encima de mi. Superar este temor hizo que su tamaño disminuyera mientras Yo me agigantaba. Una ventisca pasó por encima y al tocarla se deshizo como arena seca en el desierto. Había desaparecido de mi mente… o eso creía.

De regreso en el salón de meditación y a mitad de la sesión sentí un pequeño hincón en la pierna derecha. Cruzó por mi mente el pensamiento que algo me habría picado, pero lo dejé ir. La sensación se hacía cada vez más fuerte y quería tomar control de mi estado de consciencia. Pasaban los minutos y el hincón pasó a ser una aguja que ingresaba en mi pierna. Luego, una aguja de coser quería traspasarme y luego varias en múltiples direcciones hasta que todo se transformó en la sensación de un pequeño cuchillo pelador queriendo cercenar mi pierna a la altura del muslo. Yo me mantenía incólume aunque el dolor era fortísimo y una lagrima ya corría por mi mejilla derecha. Temblaba. Terminé la sesión a duras penas y usando una técnica profunda enseñada los primeros días, pero me costó unos 10 minutos pararme de la posición en que estaba por el dolor.

Durante el descanso me asusté, venía meditando muy bien y cumpliendo con record casi perfecto las sesiones. Tuve un miedo profundo y sincero, un miedo que lo reconocía como antiguo, pero no sabía de cuándo ni de dónde. Era algo que pensé no sentiría nunca más en mi vida, pero no lograba identificar. Mi mente corría entre pensar en el dolor futuro si esta experiencia se repitiese, en la ‘falla’ que sería para la técnica si no pudiese meditar debido al dolor y mi falla como ‘gran’ meditador. Aversión, ego y deseo. El combo completo de la infelicidad.

Y caminando en el descanso tuve ese momento de epifanía que cambió mi vida.

¿Con quién competía? ¿qué miedo tenía a no destacar como meditador? ¿a quién le quería ganar? ¿qué pasaría si cuando viniese el dolor y se hiciera insoportable, Yo simplemente me paraba y estiraba la pierna? ¿qué era ese miedo conocido, pero ya olvidado?

Y ¡zaz! Me vi en tiempo pasado, de vuelta al colegio y a una de esas caminatas que hacía solo por sus jardines haciendo tiempo para asegurarme que ya todos hubiesen entrado a la clase y evitarme las agresiones en la cola mientras esperábamos que llegara el profesor. Sentí el mismo pavor que sentía cuando sabía que me atacarían sin piedad, violando lo que en ese momento creía era lo más sagrado de la vida, y Yo, indefenso, no reaccionando ni defendiéndome por un miedo paralizante al ataque físico. Fueron casi 12 años de abusos sistemáticos sin defensa alguna por parte de la sociedad. Ese miedo no lo había vuelto a experimentar y ahora resurgía desde lo más profundo de mi mente.

Este reconocimiento me detuvo en seco y una energía recorrió todo mi cuerpo. Estaba reviviendo algo (luego entendería que estaba experimentando un Sankara) desde lo más profundo de mi ser. Lo dejé pasar, no me aferré a eso pasado sino que lo vi y lo dejé ir. Ya no me perturbaba porque no competía con nadie, nadie me iba a hacer daño y eso era parte de alguien que Yo ya no era. El reconocimiento me liberó del yugo auto impuesto de la competencia, de querer demostrar a los demás algo como lección final de superioridad sobre todos aquellos que me habían pisoteado, quería demostrar que Yo era mejor en todas y cada una de las cosas que me proponía; regía mi vida actual por una estúpida competencia con niños inmaduros que formaban parte del pasado. Vivía en el futuro y sus infinitas posibilidades condicionado por un pasado que ya no existe. Esto había formado quién Yo era.

No vivía aquí y ahora. Tocaba empezar el camino de forjar qué quería hacer con mi vida.


Escrito por

hipo

Incontinencia verborrágica


Publicado en

La Mania del Hipo

Incontinencia Verborrágica