El lado oscuro de la fuerza
100 minutos de amor
Mi falo pedía oscuridad y te empujé contra la pared bajándote el pantalón mientras mi mano buscaba tus senos.
Lo que hicimos ayer lo llevo pegado como una calcomanía en la retina. Verte sobre tus rodillas, separadas y tomándote del lugar donde el arco de tu cintura cambia de cóncavo a convexo mientras te penetraba no se borrará tan fácilmente de mis recuerdos. Espero que nunca.
Nuestros juegos de miradas y gestos mutaron a un beso tierno que me tomó por sorpresa. Controlé mis impulsos ya que la ternura de tu gesto pedía caricias y un sentimiento más allá de lo físico. Sentí por primera vez que te importaba, que no me estabas cachando. Luego cambiaste, no sé si asustada por la novedad del sentimiento o ganada por el deseo. En cualquier caso me tomó una rápida eternidad darme cuenta que la energía era otra y había que limar la suavidad.
Nos calateamos en cualquier parte de la casa sin importar si había alguien más. Un sillón, el otro, el piso, la pared, todos fueron complices de tocamientos. El ambiente olia a sexo desmesurado. Con el cansancio llegó el pudor y la pasión se dispersaba hasta que nuestras miradas se cruzaban y exigían que te tomara nuevamente, FUERTE. Yo abrazaba tu cintura poderosa entre mis brazos sabiendo que no importa cuan fuerte te aprete tu aguantas sin problemas. Eres poderosa Salvaje mia.
Nos llamaba la horizontalidad de la cama, pero llegamos hasta el pasadizo. Mi falo pedía oscuridad y te empujé contra la pared bajándote el pantalón mientras mi mano buscaba tus senos. Nuestras caderas se juntaron imitando lo que sería y Tu, arqueada, mirabas de reojo diciendo ‘esto recién empieza’. Era muy cierto...
No aguantaba más.
Me desabotoné el pantalón bajando el calzoncillo apurado. Por suerte me acordé que esos no son estados de penetrar a quién no solo te excita sino te gusta, a menos que quieras acabar instantáneamente con la velada. Son esos minutos de verdad los que definen si una jornada será memorable o para el olvido. Es allí donde empiezas a pegar la calcomanía.
Controlado el furor pelvico nuestras mentes dejaban lo mundando centrándose en el momento. Es fácil dejar pasar los pensamientos cuando algo tan fuerte te toma entre sus garras. Finalmente llegamos a la cama y de distintas formas la escena se repetía y repetía (bis) hasta estar empapados de sudor. Miré el reloj y no me creiste cuando te dije que habían pasado 100 minutos desde que nos besamos en la sala; no hacía el amor por una hora y cuarenta minutos hacía mucho tiempo.
Luego vino otro.
Luego caí tendido por motivos de fuerza mayor. Te acercaste a mi costado tocando la punta del dedo gordo con el mio. Irónico pudor para tan salvaje encuentro. Finalmente mis párpados pedían que te deje de mirar, nos dormimos.
La conjugación que usaba antes del verbo ‘hacer’ hubiese sido la segunda forma del pretérito imperfecto, pero estoy superando mis inseguridades. De aquí en más será la cuarta forma del pretérito perfecto simple; soy tan responsable de nuestro placer como tu. No me diste nada que no te haya dado y cada vez que empujaba al infinito cerrabas los ojos de placer pidiendo otra, otra. Eras una niña en un parque de diversiones. Cuando pensabas que no se podía más, te venías de nuevo... y otra vez después. Incluso llegué a percibir una mirada de ¡más? ¿a qué hora te vas a venir! Al final sólo preguntaste: ¿de qué planetas has venido tu?
Y fui feliz.